La presencia en nuestra iglesia de una de las espinas de la corona que llevase Nuestro Señor Jesucristo en su Pasión y muerte, La Santa Espina, no solo invita al creyente a su veneración, sino que le acerca a ese Dios vivo que, si con su sangre nos abrió las puertas del cielo, con su Corazón nos sigue dando a conocer todo el amor que hay en Él.
Asimismo, recorrer los claustros, la sala capitular, la iglesia, el armariolum o, en definitiva, cualquiera de los múltiples rincones que habitan el Monasterio, permiten evocar con nitidez la presencia de otros tiempos. Tiempos que fueron. Tiempos de oración, de trascendencia, en la que todo, absolutamente todo, remitía a Dios.
Cuando doña Sancha de Raimúndez, hija y hermana de reyes, concibió, allá por el siglo XII, la creación de un monasterio en Valladolid, desde el primer momento tuvo claro que éste habría de ser cisterciense. De ahí su visita a Claraval para proponer su proyecto a Bernardo de Fontaine, por entonces abad del monasterio de Claraval, y hoy, amén de santo, el último de los llamados padres de la Iglesia.
El creyente que busca solaz espiritual y refugio de fe, podrá encontrarlo en La Santa Espina, tal y como lo hicieron los monjes del Císter en siglos anteriores. Ellos supieron llevar una vida a imitación de Cristo, buscando la belleza en la sencillez, prescindiendo de los estrictamente necesario, y actuando de conformidad al Evangelio.
Los jardines y el entorno natural que, presididos por los Montes Torozos, rodean el edificio dentro y fuera de sus murallas, facilitan el contacto directo con la naturaleza y la Creación.
Si en verano sus altos y frondosos árboles nos protegen del calor y nos otorgan un lugar privilegiado en el que reflexionar, en otras estaciones del año sugieren también silencio y recogimiento en un clima apropiado para ello.
Dentro ya del edificio, los claustros cistercienses, tan amplios como luminosos, que durante siglos se convirtieron en eje de la vida de la comunidad trapense e inspiraron horas de meditación y lecturas a sus monjes, se ponen hoy a disposición del hombre del siglo XXI al objeto de dar continuidad a ese tiempo de trascendencia que dio sentido y vida al monasterio durante nueve siglos.
Y es que todo en La Santa Espina predispone para que, durante nuestra estancia en él, nos alejemos de ese ruido que suele invadir nuestro día a día, distrayéndonos de lo verdaderamente importante.
Para conseguir ese espacio de recogimiento y de oración que precisamos, amparados por casi novecientos años de experiencia monacal, el Monasterio de La Santa Espina dispone de una iglesia inigualable y de un pequeño oratorio para la oraciones y las celebraciones litúrgicas, estancias para el estudio, un comedor, diseñado y creado como refectorio para los monjes, habitaciones para el descanso, reflexión y oración personal, cocina diseñada para grandes grupos, y unos exteriores que invitan al rezo del Rosario, la Liturgia de las Horas y, por supuesto, al diálogo con el Creador.
Aparte de un pequeño oratorio con capacidad para cuarenta personas, el monasterio cuenta con una impresionante iglesia en la que podremos recibir los sacramentos, fundamento de todo acto religioso. Hay que considerar que es en la Santa Misa, donde, a través de la transubstanciación, manifiesta su presencia ese Jesús vivo que nos espera y nos acoge en su amistad. La Eucaristía debe ser el centro de nuestra vida cristiana.
A ello se suma el privilegio que supone la presencia en la propia iglesia de La Santa Espina, extraída de la corona de espinas de Jesús, la cual, después de tantos siglos, sigue siendo objeto de veneración por parte de los miles de fieles que se acercan a ella cada año.
Junto a la capilla de La Santa Espina, nos encontramos con otras capillas que, por su tamaño favorecen el recogimiento y la introspección. Nos referimos a la capilla de los Vega, y la capilla de San Rafael, en otros tiempos, frecuentadas por reyes, nobles y monjes. En el caso de la capilla San Rafael, su especial disposición permitía que monjes y huéspedes permitieran oír las misas que allí se celebraban, desde el coro. La razón es que era en el coro donde los monjes más mayores solían pasar sus tardes al refugio del sol. Con esa vocación fue construido el arco en desviaje que conecta visualmente ambos espacios.
Las habitaciones, y sus diferentes tipologías, aun con la sobriedad y austeridad que caracterizan a todo monasterio, las cuales no podrían alterarse sin alterar también su propia naturaleza, facilitarán nuestro descanso y el óptimo aprovechamiento de nuestra estancia.
Asimismo, las diversas áreas de recreo, exposiciones, comedor y otros servicios, dotarán al alojado de un completa autonomía. Nuestro personal le ayudará en todo cuanto necesite y resolverá cualquier duda.
Si deseas organizar encuentros, retiros o ejercicios espirituales, el Monasterio de La Santa Espina lo dispone todo para que solo tengas que preocuparte de estar dispuesto a tener un encuentro personal con Dios. Del resto nos ocupamos nosotros. Además, contamos con cocina propia y cocineros experimentados.