


Cuando nos aproximamos a este totem, apreciamos en él una pieza porcelánica que menciona las obras literarias que inspiraron estas rutas. Incluye también la siguiente cita incluida en “El último coto”:
mis primeras cazatas en el encinar de La Santa Espina, cuando el hermano Eugenio, con la sotana arremangada y sin el babero, tiraba a los conejos a sobaquillo…”
En las inmediaciones del Monasterio se sitúa el pueblo del mismo nombre, levantado a mediados del siglo XX por el Instituto Nacional de Colonización para contribuir, gracias al asentamiento de familias a las que se les dio tierras y casas, a la colonización de la zona y su desarrollo agrario.
A unos metros de la puerta de entrada al monasterio apreciamos la presencia de una caseta de madera donde se facilita información sobre el monasterio y alrededores.
Al lado de ésta, un monolito esculpido en piedra de Campaspero en forma de “D”, de más de metro y medio de altura, nos informa de que nos encontramos en una de las seis rutas que introducen al viajero en los lugares transitados por la obra de Miguel Delibes. La Santa Espina es uno de ellos.
No es un mal lugar este para contemplar desde la cercanía la puerta monumental del monasterio, protegida por un cerco amurallado que fue construido en el siglo XV y que en uno de sus flancos se pierde en el horizonte.
La puerta se halla flanqueada por dos torres rematadas con casquetes esféricos y decorada con el escudo de armas de la Corona de Castilla, una hornacina, actualmente vacía, y dos relojes de sol a cada uno de los lados.
Una vez atravesamos el umbral de esta imponente entrada, valoramos los hermosos jardines que anticipan la belleza que descubriremos en el interior del edificio. Estamos también en disposición de admirar a cierta distancia la fachada de la iglesia, que data del siglo XVII, obra de la escuela de Ventura Rodríguez. De ella resaltan dos esbeltas torres que rematan unas linternas con forma de media naranja y que se ven coronadas por una cruz. En el frontón triangular se observa una cruz de piedra con una corona de espinas que simboliza la reliquia que se halla en el interior de la iglesia, de indiscutible interés histórico y religioso dentro del conjunto monumental.


En perpendicular a la fachada de la iglesia, frente a nosotros, a unos cincuenta metros, se levanta la fachada de la hospedería sobre la que triunfan dos grandes escudos: el del abad del monasterio y el del rey Alfonso VII.

Aunque nuestro deseo es adentrarnos en el edificio, es muy posible que, distraídos por belleza visual que acompaña nuestra visita, se nos haya pasado por alto el monolito situado a escasos metros de la puerta amurallada que acabamos de atravesar. Si es así, conviene que le prestemos toda nuestra atención, ya que nos habla de una cita, tan relevante para el devenir de España, que el amor por la historia del visitante le permitirá apreciarlo en lo que vale.
Y es que, en efecto fue en La Santa Espina -así aparece grabado en el monolito que recibe al visitante- donde Felipe II, el hombre más poderoso sobre la faz de la tierra, se encontró por primera vez con su medio hermano. Éste, aunque más adelante sería conocido como Juan de Austria, vencedor de la batalla de Lepanto, en aquel momento era tan solo un niño que respondía al nombre de Jeromín.
Póngase el viajero en situación. El encuentro tiene lugar el 28 de septiembre de 1559. Ese mismo año, Felipe II ha regresado de Flandes. Hace un año ya que su padre, el emperador Carlos I, falleciera en el monasterio de Yuste. Sus restos, reposan aún bajo el altar de su iglesia; quedan tres lustros todavía para su traslado al Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
Ha llegado el momento de que el rey de las Españas conozca a Jeromín. ¿Por qué? Porque no desea demorar por más tiempo el reconocimiento de su hermano. Felipe tiene treinta y dos años, Jeromín apenas ha cumplido los doce.
Para el encuentro, el rey toma como emisario a Luis Méndez Quijada, señor de Villagarcía, Villanueva de los Caballeros, Santofimia y Villamayor de campos.
Méndez de Quijada no es un cualquiera. Su nombre destaca entre las personalidades más sobresalientes de cuantas rodean al Emperador Carlos I. Es tal la confianza que el emperador tiene en este caballero, que años atrás decidió encomendarles de forma velada, a él y a su esposa doña Magdalena, la educación de su hijo ilegítimo.
Felipe II ordena a Luis Méndez Quijada que en el día señalado disponga de una montería en los montes Torozo al objeto de facilitar un encuentro discreto con su hermano en el entorno del monasterio de La Santa Espina.
Cuentan las crónicas que Felipe II asiste a la cita acompañado de su hombre de confianza, el duque de Alba. Así lo narra en su libro Jeromín, el padre Coloma, quien, después relatar en forma novelada cómo pudieron ser los detalles y diálogos de aquel el encuentro entre los dos hermanos, concluye:
“Sucedía esto un jueves, y al lunes siguiente, que fue 2 de Octubre, verificose el reconocimiento de Jeromín en Valladolid, tal como el Rey don Felipe lo había dispuesto. Así consta en el manuscrito de la biblioteca Maggliabecchiaca de Florencia, citado por Gachard: “… Jueves 28 de Septiembre, alcanzaron los señores del Santo Officio que el Rey no se fuese hasta ver el acto; y así luego lo hicieron pregonar para el 8 de Octubre. Y así fue el Rey a la Spina, y allí le truxeron su medio hermano y holgó de vello tal como es, hermoso y avisado; y mandó que le llevase a su casa secretamente. Y así, el lunes siguiente, hizo a todos los de su palacio que le reconociesen por su hermano, commencándolo el abracar y a besar, y luego su hermana, y luego su hijo, y luego los de capa negra…”
El monasterio cuenta con dos claustros. El primero se lo encuentra el visitante nada más entrar en el recinto. Se trata del Claustro de la hospedería, de estilo herreriano, con dos cuerpos de altura y arcos de medio punto, producto de la ampliación que tuvo lugar en el siglo XVI.
Esta ampliación viene motivada, en primer lugar, porque por aquella época la comunidad cisterciense ha ido creciendo de modo exponencial. Ya no la integran una decena de monjes como al principio, son cincuenta y seis los frailes cistercienses que rezan y trabajan en la Santa Espina.
La segunda razón que justifica el ensanchamiento del edificio es que la comunidad experimenta un momento de gran bonanza económica. No en vano, la finca dispone de seis mil hectáreas de terreno que resultan altamente productivas.




Construido en el siglo XII, la existencia de este claustro reglar precede en el tiempo al Claustro de la Hospedería. Pese a lo cual poco queda de aquella primera etapa del monasterio. Es el caso de los magníficos lucillos románicos que sirvieron de enterramiento a nobles estirpes. Asimismo, se aprecian abundantes marcas de cantero.
El resto del claustro, que se corresponde con la renovación de transición llevada a cabo en el siglo XVII, nos enseña la transición del románico al tardío.
Los monjes jóvenes están encantados con las bondades que presenta el estilo renacentista del Claustro de Hospedería -alto, amplio, luminoso- construido unas décadas antes. También los monjes mayores lo miran con buenos ojos. La consecuencia es que, por unanimidad, acuerdan levantar un nuevo cuerpo de altura en la pared del corredor.
Sin embargo, el alzamiento de este nuevo cuerpo de altura presenta un inconveniente: obliga a cegar las ventanas de la iglesia que permitían el acceso de ésta a la luz del norte. A partir de este instante, la iglesia se mostrará más penumbrosa en cuanto a su iluminación, ya que, como se puede apreciar desde el interior, solo recibe luz procedente del sur.


Correspondiente al ciclo cisterciense, la sala capitular de la Santa Espina data del siglo XIII. En ella, bajo la dirección del abad, se reunían a diario todos los monjes. La situación de los mismos dependía de su grado de importancia. Los ventanales, dispuestos a uno y otro lado de la portada, facilitaban la visión desde fuera, donde se situaban los novicios que, de este modo, podían asistir al capítulo, aunque sin participar en él; únicamente cuando se convertían en monjes, podían situarse en el interior de la estancia e intervenir en sus reuniones.
Los dormitorios de los monjes se hallaban justo encima de la sala capitular. Se accedía a ellos a través de dos escaleras: la llamada escalera de noche, con acceso a la iglesia; y la escalera de día con acceso al claustro.
La puerta de la sala capitular es de arco agudo con múltiples arquivoltas y columnas. A cada lado, se alzan preciosos ventanales bíforos apuntados. Una vez dentro, la estancia ofrece una planta cuadrada que se divide en nueve tramos y bóvedas con arcos de crucería apoyadas en cuatro columnas exentas y en columnas adosadas a los muros.

Cuando los monjes cistercienses celebraron su noveno centenario en el año 1998, lo hicieron en el monasterio de Santa María de Huerta, provincia de Soria. En aquella exposición esta sala capitular figuraba como paradigmática de los monasterios del Císter en España.

Hay que tener en cuenta que los libros eran extraordinariamente escasos en la Edad Media, por lo que no se precisaban grandes recintos para contenerlos. En la mayoría de los casos, bastaba con un hueco en un muro en el que se situaban los pocos volúmenes y documentos que tenía la casa.
El de La Santa Espina, aun siendo una estancia reducida, es de amaño notable si se compara con lo que se usaba corrientemente. A él se accede desde el claustro.
A su lado, separada por unos escalones, se halla la sacristía, de planta rectangular y arcos de medio punto, cubierta por una bóveda de arista. Por ella, se accede directamente al templo.

En una primera visión de conjunto impresiona la majestuosa grandiosidad que se observa al penetrar en la iglesia del Monasterio de la Santa Espina. Resalta la acertada sintonización lograda entre los diversos estilos arquitectónicos que la integran. En ella nos encontramos con partes originales del siglo XIII, como las tres naves del fondo en estilo progótico, y partes modificadas, como el transepto actual y el prebisterio, ambos en línea renacentista, fruto de la transformación realizada en el siglo XVI, y de acuerdo con los planos del arquitecto Gonzalo Sobremazas.


De forma simultánea a dicha transformación, se sustituyó el primitivo retablo por otro de alabastro, elaborado por la Escuela de Inocencio Berruguete, que desapareció durante la invasión napoleónica. De ese retablo, existen cinco piezas documentalmente localizadas: la imagen central de la Asunción, que se halla en la iglesia mozárabe de San Cebrián de Mazote; y otros cuatro relieves, que representan los misterios gozos y se encuentran en el Museo Marés de Barcelona; todos ellos fueron adquiridos por Marés en una subasta que tuvo lugar en París en 1959.

El retablo actual, renacentista y en madera policromada, salió de los Talleres Diego Marquina, de Miranda de Ebro, donde existía un foco romanista de escultores muy acreditados. Procedente del monasterio de Retuerta fue tallado en 1578.
La iglesia de La Santa Espina presenta un edificio de planta de cruz latina con tres naves de seis tramos cada una en el brazo longitudinal. Las naves, elegantes y esbeltas, tienen arcos apuntados y crucería simple como abovedamiento. Están separadas entre sí por sólidos pilares de núcleo cruciforme a los que se adosa una columna en los frentes y un codillo en las esquinas. Los diferentes niveles de altura de las naves facilitan la apertura de vanos de iluminación por encima de los arcos formeros.
La cabecera se compone de una capilla central con ábside semicircular precedido de un profundo tramo recto; se halla flanqueada por cuatro capillas, dos a cada lado, de testero recto las correspondientes al lado del Evangelio y la intermedia, de la Epístola, rectangular.


Concluida en 1635, dos años después de haber sido iniciada, el dibujo de la planta y alzada fue trazado por Francisco de Praves, regidor de Valladolid y Veedor general de las obras reales. Praves fue el último representante del Foco Clasicista vallisoletano, movimiento arquitectónico que se inició en la segunda mitad del siglo XVI.
La escultura y la pintura se llevó a cabo por la escuela de Valladolid. Uno de sus miembros, Andrés Solanes fue alumno de Gregorio Fernández, uno de los grandes maestros de la escultura religiosa en madera policromada. El hermano de aquel, Francisco Solanes fabricó el tabernáculo, los tres retablos de la capilla y varias urnas.
En la parte trasera del retablo hay un pequeño camarín a través del cual se puede contemplar la custodia, obra del platero Juan Lorenzo, que acoge la Santa Espina, perteneciente a la corona de espinas que llevó Jesucristo en su Pasión y Muerte.




«Al echar una mirada por las paredes de la capilla, cuando se posa la vista en los lucillos y escudos, se siente latir la historia de la nobleza castellana. Aquel armiño y aquel castillo de los Vegas, envueltos en los esplendores del Malo mori quam foedari (prefiero morir que ser deshonrado) condensan admirablemente la historia de Castilla».
Un rincón de Castilla, de Antolín Gutiérrez.
La capilla de los Vega, obra del gótico del siglo XIV, se localiza en el ángulo formado por el crucero y la nave. Debe su nombre a que en su panteón fue enterrada la familia de los Vega, señores de Grajal: Fernando de Vega y su mujer, María Rodríguez de Escobar, Hernando de Vega -Comendador Mayor de Castilla-, Juan de Vega -presidente de Castilla, virrey de Sicilia y persona de confianza del emperador Carlos I- casado con doña Leonor Osorio.
A pesar del deterioro que han sufrido las cresterías de los lucillos góticos y el arco de acceso, así como el expolio de los sarcófagos, la capilla conserva su belleza original. Con ella, el estilo gótico se despide del monasterio dando paso al renacentista.

En la actualidad guarda los restos de Rafael Cavestany y su esposa, Enriqueta Cantos. Este ingeniero agrónomo, que fuera ministro de Agricultura entre 1951 y 1957, promovió durante estos años la restauración del monasterio e introdujo en él la escuela de capataces agrarios a fin de dotar a los jóvenes del medio rural de una formación agraria que les permitiera afrontar la modernización de sus explotaciones.
Además de la imagen de san Rafael, la capilla se encuentra adornada con una predela del siglo XV, cuya autoría corresponde a la escuela de Pedro Berruguete, un sagrario en madera policromada del siglo XVI y una imagen de La Virgen con el Niño, esculpida en alabastro, cuya autoría corresponde a la Escuela Napolitana, también del XVI.
Llama la atención el arco en esviaje que permitía que los viejos monjes que solían pasar el día al calor que les procuraba el sol en el coro, pudieran presenciar las misas que se oficiaban desde la capilla del Abad.


Confeccionada a lo largo de varias décadas por los hermanos de La Salle, en el proceso destacan el trabajo de investigación y colección llevado a cabo por el hermano Pantaleón Palacios, durante mucho tiempo encargado de guiar la visita y, más tarde, por el hermano Jesús…, que ha ido completando esta exposición.
El visitante podrá admirar mariposas procedentes de todo el mundo. Algunas, con nombre de mujer como la mariposa Camila, o la Cleopatra, o la mariposa Isabelina. De ésta se dice que es la más bonita de cuantas mariposas nocturnas vuelan por el continente europeo.


Su descubridor, Mariano de la Paz Graells, dedicó esta mariposa a la reina Isabel II, de ahí su nombre. El museo de Ciencia Naturales de Madrid conserva una carta de la reina sobre esta cuestión. La isabelina es una de las mariposas más grandes de Europa y su color verde esmeralda, con venas de color marrón rojizo le dotan de una gran belleza.
La mariposa más grande de nuestra fauna y el insecto más grande de Europa es la Saturnia piry, presente también en la exposición. Conocida también como gran pavón, sus alas imitan a las plumas de un pavo real. Suele asociarse a zonas frutales, pero también se puede encontrar en sotos fluviales y arboledas. En las últimas décadas su población se ha reducido de modo exponencial.
Una de las mariposas más llamativas de la exposición es la Esfinge de la Calavera. Su nombre lo debe a que su tórax posee un dibujo amarillo circular con dos puntos negros que recuerda a la calavera. Hay leyendas que se refieren a ella como la mensajera de la muerte pues se dice de ella que solía penetrar en habitaciones de personas enfermas o moribundas. Es la única mariposa de la que se tiene noticia que cuando se siente asediada emite un sonido similar a un chillido. Otra curiosidad es que además de néctar, chupa miel en las colmenas. Se trata de uno de los mayores lepidóperos europeos.
Especie protegida en España es la mariposa Apolo está considerada como una de las mariposas más bellas de España. De color blanco, con grandes manchas negras en las alas anteriores, el ala posterior posee dos grandes ocelos rojos con núcleo blanco, cercados por un anillo negro. Sus alas son brillantes con bordes ligeramente transparentes. Habita en praderas de las montañas y pastos de hasta 2.000 metros.
Cuando uno observa a la mariposa Macroclossum stellatarum puede pensar que se trata de un pequeño pájaro colibrí, tanto por su tamaño, como por la forma en que bate sus alas, 85 veces por segundo. De ahí que se le conozca como mariposa Colibrí. Su velocidad puede superar los 60 kilómetros por hora. Su larga trompa le permite succionar el néctar de las flores.
Nativa de América del Norte y del Sur, la mariposa Monarca es conocida por la migración masiva hasta California y México, de más de 5.000 kilómetros. El color naranja de sus alas se halla entrelazado con líneas negras y bordeadas con puntos blancos. Desde la década de los ochenta, la mariposa monarca ha disminuido en más de un 90% hasta situarla al borde de la extinción.
La exposición nos ofrece también una curiosa colección de mariposas cuyas alas presentan figuras llamativas. Es el caso de la mariposa Paloma, cuyas alas nos muestran el ojo y el pico de una paloma, la mariposa Buho, por sus alas en forma de buho.


Entre estas peculiares mariposas, destaca por su espectacularidad la Attacus Atlas, popularmente conocida como mariposa Cobra, aunque en algunos lugares de China se la denomina mariposa Cabeza de serpiente. El parecido de sus alas con el de una cobra es inaudito. Este mimetismo les sirve para alejar a las aves de las zonas de larvas, sus principales de predadoras. Se trata de una de las mariposas más grandes del mundo, con unas alas que llegan a medir 24 centímetros. Habita en los bosques tropicales del sureste de Asia. La mariposa cobra presenta la particularidad de que carece de cavidad bucal, por lo que no puede alimentarse. Por esta razón su esperanza de vida no supera los cinco días.
Más envergadura -30 centímetros- aún es la que muestra la mariposa Alas de pájaro, también presente en el monasterio. Llamada así por la forma de sus alas, y procedente de Nueva Guinea, esta mariposa es venenosa, obtiene su veneno de la planta tóxica Pipevien. Aunque los animales que la comen lo pasan mal, no llegan a morir. No obstante, su recuerdo bastará para que le apetezca comerse a esta mariposa, se lo piense.
Las que acabamos de señalar constituye, en definitiva, una muestra mínima del espectáculo que aguarda a quien desea admirar esta exposición en la que, por cierto, podrá disfrutar también de una amplia muestra de mariposas capturadas en la finca de la Santa Espina, así como de una no menos espectacular de muestra de otro tipo de insectos, y entre ellos los arácnidos, entre los que se encuentra araña conocida como la Viuda Negra.
La mala reputación que precede a la Viuda negra no es gratuita. La mordedura de esta araña es temible ya que su veneno resulta 15 veces más potente que el de la serpiente cascabel, si bien para los humanos solo resulta letal cuando lo sufren niños pequeños, ancianos o enfermos. Quienes sí deben temerla de verdad son los insectos… y los machos de esta especie, los cuales en ocasiones son víctimas de sus hembras tras la cópula. Este mortal comportamiento explica su nombre. Así las cosas, ¿a quién le puede extrañar que viva en soledad durante todo el año?
