“El Monasterio de La Santa Espina fue fundado por reyes, restaurado por nobles, visitado por monarcas, privilegiado por pontífices, habitado por hombres insignes en virtud y saber”. Con estas palabras de Antolín Gutiérrez, alumno e historiador de la Santa Espina se sintetiza bien lo que fueron los primeros ochocientos años de historia del monasterio. Y es que ocho siglos dan para mucho. Ellos con sus hechos escribieron un relato que dista mucho de haber llegado al final. Por ello, y dado que la lista sería interminable, creemos que los que siguen describen bien la relevancia que La Santa Espina ha representado, representa y representará -estamos seguros de ello- en la historia de Valladolid, de Castilla y León y de la nación española.

Doña Sancha Raimúndez
“con ella empezó todo”
Nieta de Alfonso VI, conquistador de Toledo, hija de la reina de Castilla, doña Urraca y del conde Raimundo de Borgoña, sobrina del papa Calixto II, y hermana de Alfonso VII el Emperador. De vuelta de su peregrinación a Tierra Santa, doña Sancha se entrevistó con san Bernardo para exponerle su deseo de donar unas heredades en Valladolid a la Orden del Císter a fin de edificar en ellas un monasterio. El proyecto fue aprobado inmediatamente por el santo. Además de La Santa Espina, doña Sancha fue impulsora de múltiples monasterios y obras cristianas en España. Su determinación y personalidad llevaron al célebre padre Mariana a considerarla una “reina” en su Historia de España.

Luis “El Joven”,
rey de Francia
Desde que el emperador Carlomagno la trajera de Constantinopla, la Corona de Francia estaba en posesión de una mitad de la corona de espinas de Jesucristo. Luis El joven, rey de Francia, en virtud de los vínculos familiares que unían a su esposa doña Constanza con su prima doña Sancha, por intercesión de aquella, accedió a regalar a ésta una pieza de la santa corona. Ocho siglos después la santa espina que da nombre al monasterio sigue siendo objeto de veneración en una de las capillas de su iglesia.

San Nivardo
el enviado de San Bernardo
Nivardo de Fontaines era el menor de los hermanos de San Bernardo. Ingresó en la orden cisterciense una vez alcanzó la edad para ello. Su hermano mayor le envió a España encomendándole la misión de traer a nuestro país el nombre del Císter. Para ello, le confió la revisión de las obras de construcción del Monasterio de La Santa Espina. Así respondía Bernardo de Claraval a la petición de doña Sancha en el encuentro que ambos mantuvieron en Citeaux. La tradición señala que, terminadas las obras, Nivardo se convirtió en el primer abad del Monasterio.

Fray Juan de Spina
el primer abad español
En los primeros tiempos los abades cistercienses eran electivos y vitalicios. Tal y como acuerdan en señalar los historiadores la cronología de los primeros abades es difícil de concretar. Lo que sí sabemos con certeza es que el primer abad español encargado de gobernar el monasterio, Juan de Spina, fue elegido en torno al año 1172. De él se ha escrito que fue legado del papa Inocencio para solventar discordias entre el rey Alfonso de Portugal y sus hermanas doña Teresa y doña Sancha. La diligencia con la que llevó a cabo su mandato ayudó a incrementar de forma notable el patrimonio del monasterio. Asimismo, sumó para el Císter el monasterio de Valdeiglesias, que ya existía, a solicitud de los monjes de aquel, que querían pertenecer a la orden.

Alfonso X
El Sabio (1221-1284)
El que fuera uno de los grandes reyes de España, se erigió también en un buen amigo de La Santa Espina con cuyos monjes mantuvo estrecha amistad durante su reinado. Entre otros privilegios, expidió una provisión real, remitida por un juez ejecutor para que desagraviasen al Monasterio los dueños de las fincas colindantes y admitiesen los fiadores del convento, cuando los ganados entrasen en sus propiedades sin por ello apresarlos, como venían haciendo.
El trato generoso que otorgó Alfonso X no fue una excepción. A lo largo de los siglos fueron muchos los reyes que, con su magnificencia, contribuyeron al esplendor del monasterio acogiéndolo bajo su amparo. La bibliografía refiere, entre otros, a Sancho El Bravo, Fernando IV, Alfonso XI, Pedro El Cruel, Enrique I, II, III y IV, el emperador Carlos I, Felipe II, Felipe III o Felipe V.

Juan Alfonso de Alburquerque,
valido de reyes
Descendiente de la Real Casa de Portugal, Juan Alfonso de Alburquerque, conocido por su valor fue llamado por el rey castellano Alfonso XI para prestarle servicios como alférez mayor y más adelante como canciller. Cuando murió el rey y heredó la corona Pedro, que más tarde sería apodado “El Cruel”, Alburquerque ejerció el gobierno hasta la mayoría de edad de aquel, convirtiéndose entonces en su valido. Convocó las Cortes en 1352. Fue un decidido impulsor de la restauración y ensanche del monasterio, cuyas obras estaban paralizadas desde hacía cincuenta años. Conforme a su voluntad fue enterrado en La Santa Espina en 1354.

Fray Martín de Vargas,
un antes y un después para el Císter
Corría el siglo XV, la Orden de Císter había perdido el vigor y disciplina primitivos El letargo se hacía sentir también en el monasterio, relajado en exceso. Con el objetivo de atajar en España la decadencia cisterciense, este abad de La Santa Espina viajó a Roma para proponer al papa Martino V una reforma que dotara de nuevos horizontes a la vida monacal. Conseguido el respaldo del pontífice, Martín emprendió cambios que hicieron resurgir a la Orden. Entre otros, los abades, antaño vitalicios, pasarían a ser trienales. La audacia del monje de La Santa Espina arrojó importantes frutos para el monasterio -constituida en cantera de santos e ilustres- para el Císter, y también para otras órdenes que no tardarían en seguir su ejemplo.

Luis Méndez Quijada,
el confidente del emperador Carlos I
Señor de Villagarcía, Villanueva de los Caballeros y Villamayor de Campos. Era tal la confianza que el emperador tenía en d. Luis que les confió a él y a su esposa, doña Magdalena de Ulloa, la educación de su más íntimo secreto, su hijo ilegítimo. Muerto Carlos I, en 1559 Felipe II dio órdenes a Quijada para que le condujese a Jeromín, pues así se hacía llamar de niño quien pasaría a la posteridad como don Juan de Austria. La Santa Espina fue el lugar elegido para el encuentro entre los dos hermanos ante la mirada de Luis Méndez Quijada. Ese mismo año fue nombrado por Felipe II ayo de su hermano. Bajo el reinado del “Rey Prudente” D. Luis fue consejero de Estado y Guerra y presidente del Consejo de Indias.

Cuando Felipe II
conoce Jeromín
Cuando Felipe II volvió de Flandes, muerto ya su padre en Yuste, una de sus primeras disposiciones fue hacer reconocimiento público de Jeromín, su hermano “bastardo”. Al objeto de no levantar sospechas, el día anterior a la cita que había concertado en La Santa Espina con Luis Méndez Quijada, que llegaría acompañado de Jeromín, el rey ordenó a su montero preparar para el día siguiente dos o tres batidas de caza. Con este pretexto en el amanecer del día 28 de septiembre de 1559, Felipe II llegaba a La Santa Espina acompañado del duque de Alba donde, finalmente, se conocieron dos de las más ilustres personalidades de la historia de España. Lo que pudieron decirse los protagonistas de aquel encuentro lo detalló de forma novelada el padre Coloma en su obra Jeromín.

Miguel de Cervantes,
lo que no pasó de ser una disputa de jóvenes
Asegura la tradición popular que Miguel de Cervantes pasó algún tiempo de su juventud en el monasterio al lado de un tío suyo que pertenecía a la orden del Císter. Se dice que durante unos festejos que se celebraban en la villa de los Quijadas, Cervantes se encontró con Jeromín. Por circunstancias desconocida midieron sus fuerzas. Que sucediera o no poco importa. Lo relevante es que años después ambos se batirían en armas contra el ver el turco, aunque esta vez como compañeros.

Juan de Vega (1507)
un virrey en el monasterio
Hijo de Hernando de Vega, Comendador Mayor de Castilla, Juan Vega, VI señor de Grajal, fue otra de las personas que sobresalieron de cuantos rodeaban al emperador Carlos I. Fue virrey de Sicilia, embajador en Roma y presidente del Consejo del Reino. Optimizó la lucha contra los piratas creando la Nueva Milicia. La relación de esta familia con La Santa Espina fue tan estrecha que el apellido familiar da nombre a una de las capillas del monasterio, una suerte de panteón familiar. No en vano los primeros entierros de dicha capilla fueron los de sus fundadores, d. Fernando de la Vega y su esposa doña María Rodríguez de Escobar. Juan de Vega ordenó que sus restos reposaran en el monasterio.

Fray Ángel del Águila
(1632-1635)
Había sido abad de los colegios de Meirás y La Oliva. Fue el constructor de la capilla y relicario de La Santa Espina. Durante su mandato el embajador de Francia pidió al P. General Pedro de Andrade los motivos que tenía el monasterio vallisoletano para alegar que San Nivardo vino de Francia a fundar el monasterio. El general cisterciense recurrió en 1633 al p. Ángel para que diera respuesta. Así lo hizo el monje cisterciense a través de un estudio que abordaba el tema en profundidad.

Doña Sancha Raimúndez
“con ella empezó todo”
Nieta de Alfonso VI, conquistador de Toledo, hija de la reina de Castilla, doña Urraca y del conde Raimundo de Borgoña, sobrina del papa Calixto II, y hermana de Alfonso VII el Emperador. De vuelta de su peregrinación a Tierra Santa, doña Sancha se entrevistó con san Bernardo para exponerle su deseo de donar unas heredades en Valladolid a la Orden del Císter a fin de edificar en ellas un monasterio. El proyecto fue aprobado inmediatamente por el santo. Además de La Santa Espina, doña Sancha fue impulsora de múltiples monasterios y obras cristianas en España. Su determinación y personalidad llevaron al célebre padre Mariana a considerarla una “reina” en su Historia de España.

Luis “El Joven”,
rey de Francia
Desde que el emperador Carlomagno la trajera de Constantinopla, la Corona de Francia estaba en posesión de una mitad de la corona de espinas de Jesucristo. Luis El joven, rey de Francia, en virtud de los vínculos familiares que unían a su esposa doña Constanza con su prima doña Sancha, por intercesión de aquella, accedió a regalar a ésta una pieza de la santa corona. Ocho siglos después la santa espina que da nombre al monasterio sigue siendo objeto de veneración en una de las capillas de su iglesia.

San Nivardo
el enviado de San Bernardo
Nivardo de Fontaines era el menor de los hermanos de San Bernardo. Ingresó en la orden cisterciense una vez alcanzó la edad para ello. Su hermano mayor le envió a España encomendándole la misión de traer a nuestro país el nombre del Císter. Para ello, le confió la revisión de las obras de construcción del Monasterio de La Santa Espina. Así respondía Bernardo de Claraval a la petición de doña Sancha en el encuentro que ambos mantuvieron en Citeaux. La tradición señala que, terminadas las obras, Nivardo se convirtió en el primer abad del Monasterio.

Fray Juan de Spina
el primer abad español
En los primeros tiempos los abades cistercienses eran electivos y vitalicios. Tal y como acuerdan en señalar los historiadores la cronología de los primeros abades es difícil de concretar. Lo que sí sabemos con certeza es que el primer abad español encargado de gobernar el monasterio, Juan de Spina, fue elegido en torno al año 1172. De él se ha escrito que fue legado del papa Inocencio para solventar discordias entre el rey Alfonso de Portugal y sus hermanas doña Teresa y doña Sancha. La diligencia con la que llevó a cabo su mandato ayudó a incrementar de forma notable el patrimonio del monasterio. Asimismo, sumó para el Císter el monasterio de Valdeiglesias, que ya existía, a solicitud de los monjes de aquel, que querían pertenecer a la orden.

Alfonso X
El Sabio (1221-1284)
El que fuera uno de los grandes reyes de España, se erigió también en un buen amigo de La Santa Espina con cuyos monjes mantuvo estrecha amistad durante su reinado. Entre otros privilegios, expidió una provisión real, remitida por un juez ejecutor para que desagraviasen al Monasterio los dueños de las fincas colindantes y admitiesen los fiadores del convento, cuando los ganados entrasen en sus propiedades sin por ello apresarlos, como venían haciendo.
El trato generoso que otorgó Alfonso X no fue una excepción. A lo largo de los siglos fueron muchos los reyes que, con su magnificencia, contribuyeron al esplendor del monasterio acogiéndolo bajo su amparo. La bibliografía refiere, entre otros, a Sancho El Bravo, Fernando IV, Alfonso XI, Pedro El Cruel, Enrique I, II, III y IV, el emperador Carlos I, Felipe II, Felipe III o Felipe V.

Juan Alfonso de Alburquerque,
valido de reyes
Descendiente de la Real Casa de Portugal, Juan Alfonso de Alburquerque, conocido por su valor fue llamado por el rey castellano Alfonso XI para prestarle servicios como alférez mayor y más adelante como canciller. Cuando murió el rey y heredó la corona Pedro, que más tarde sería apodado “El Cruel”, Alburquerque ejerció el gobierno hasta la mayoría de edad de aquel, convirtiéndose entonces en su valido. Convocó las Cortes en 1352. Fue un decidido impulsor de la restauración y ensanche del monasterio, cuyas obras estaban paralizadas desde hacía cincuenta años. Conforme a su voluntad fue enterrado en La Santa Espina en 1354.

Fray Martín de Vargas,
un antes y un después para el Císter
Corría el siglo XV, la Orden de Císter había perdido el vigor y disciplina primitivos El letargo se hacía sentir también en el monasterio, relajado en exceso. Con el objetivo de atajar en España la decadencia cisterciense, este abad de La Santa Espina viajó a Roma para proponer al papa Martino V una reforma que dotara de nuevos horizontes a la vida monacal. Conseguido el respaldo del pontífice, Martín emprendió cambios que hicieron resurgir a la Orden. Entre otros, los abades, antaño vitalicios, pasarían a ser trienales. La audacia del monje de La Santa Espina arrojó importantes frutos para el monasterio -constituida en cantera de santos e ilustres- para el Císter, y también para otras órdenes que no tardarían en seguir su ejemplo.

Luis Méndez Quijada,
el confidente del emperador Carlos I
Señor de Villagarcía, Villanueva de los Caballeros y Villamayor de Campos. Era tal la confianza que el emperador tenía en d. Luis que les confió a él y a su esposa, doña Magdalena de Ulloa, la educación de su más íntimo secreto, su hijo ilegítimo. Muerto Carlos I, en 1559 Felipe II dio órdenes a Quijada para que le condujese a Jeromín, pues así se hacía llamar de niño quien pasaría a la posteridad como don Juan de Austria. La Santa Espina fue el lugar elegido para el encuentro entre los dos hermanos ante la mirada de Luis Méndez Quijada. Ese mismo año fue nombrado por Felipe II ayo de su hermano. Bajo el reinado del “Rey Prudente” D. Luis fue consejero de Estado y Guerra y presidente del Consejo de Indias.

Cuando Felipe II
conoce Jeromín
Cuando Felipe II volvió de Flandes, muerto ya su padre en Yuste, una de sus primeras disposiciones fue hacer reconocimiento público de Jeromín, su hermano “bastardo”. Al objeto de no levantar sospechas, el día anterior a la cita que había concertado en La Santa Espina con Luis Méndez Quijada, que llegaría acompañado de Jeromín, el rey ordenó a su montero preparar para el día siguiente dos o tres batidas de caza. Con este pretexto en el amanecer del día 28 de septiembre de 1559, Felipe II llegaba a La Santa Espina acompañado del duque de Alba donde, finalmente, se conocieron dos de las más ilustres personalidades de la historia de España. Lo que pudieron decirse los protagonistas de aquel encuentro lo detalló de forma novelada el padre Coloma en su obra Jeromín.

Miguel de Cervantes,
lo que no pasó de ser una disputa de jóvenes
Asegura la tradición popular que Miguel de Cervantes pasó algún tiempo de su juventud en el monasterio al lado de un tío suyo que pertenecía a la orden del Císter. Se dice que durante unos festejos que se celebraban en la villa de los Quijadas, Cervantes se encontró con Jeromín. Por circunstancias desconocida midieron sus fuerzas. Que sucediera o no poco importa. Lo relevante es que años después ambos se batirían en armas contra el ver el turco, aunque esta vez como compañeros.

Juan de Vega (1507)
un virrey en el monasterio
Hijo de Hernando de Vega, Comendador Mayor de Castilla, Juan Vega, VI señor de Grajal, fue otra de las personas que sobresalieron de cuantos rodeaban al emperador Carlos I. Fue virrey de Sicilia, embajador en Roma y presidente del Consejo del Reino. Optimizó la lucha contra los piratas creando la Nueva Milicia. La relación de esta familia con La Santa Espina fue tan estrecha que el apellido familiar da nombre a una de las capillas del monasterio, una suerte de panteón familiar. No en vano los primeros entierros de dicha capilla fueron los de sus fundadores, d. Fernando de la Vega y su esposa doña María Rodríguez de Escobar. Juan de Vega ordenó que sus restos reposaran en el monasterio.

Fray Ángel del Águila
(1632-1635)
Había sido abad de los colegios de Meirás y La Oliva. Fue el constructor de la capilla y relicario de La Santa Espina. Durante su mandato el embajador de Francia pidió al P. General Pedro de Andrade los motivos que tenía el monasterio vallisoletano para alegar que San Nivardo vino de Francia a fundar el monasterio. El general cisterciense recurrió en 1633 al p. Ángel para que diera respuesta. Así lo hizo el monje cisterciense a través de un estudio que abordaba el tema en profundidad.