2022: Se abre
una nueva etapa

Tras las dos etapas -la primera, cisterciense en honor a la Orden del Císter, la segunda, lasaliana, en honor a los Hermanos de La Salle- que describen sus primeros 875 años de vida, en 2022 el Monasterio de la Santa Espina abría un nuevo capítulo, en esta ocasión, a cargo de la Fundación Educatio Servanda.

Los prolegómenos de esta nueva etapa tienen lugar el 8 de enero de 2019 cuando el VI Marqués de Valderas, Hipólito Sanchiz Alvarez de Toledo, se pone en contacto con el presidente de Educatio Servanda, Juan Carlos Corvera, para trasladarle una necesidad: la congregación religiosa que su antepasada, la viuda del primer marqués de Valderas, encargó custodiar y sostener en 1888 a las Escuelas Cristianas de San Juan Bautista de La Salle, por razones internas de su congregación, tienen que dejar de servir en el antiguo orfanato, hoy residencia de estudiantes, situada en el monasterio.

Parecía existir un curioso “hilo invisible” que relacionaba personas, lugares y acontecimientos pasados y presentes: en Alcorcón, sede histórica de los marqueses de Valderas -donde aún hoy podemos admirar sus afamados castillos- se halla también la sede de Educatio Servanda; si dicho municipio pertenece a la diócesis de Getafe, en cuyo Cerro de los Ángeles se venera al Corazón de Jesús, el monasterio de La Santa Espina pertenece a la diócesis de Valladolid, donde el Beato Bernardo de Hoyos recibiera del Corazón de Jesús Su Gran Promesa: “Reinaré en España”, frase que preside también la escultura del Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles; por otra parte,

Torrelobatón, lugar de nacimiento del Beato Bernardo de Hoyos, a tan sólo 15 kilómetros del Monasterio de La Santa Espina, iluminaba nuestra reflexiones sobre esta petición.

La irrupción de la pandemia obliga a prolongar el tiempo dedicado al discernimiento. Tiempo que será, sin embargo, necesario para que se sumen otros acontecimientos providenciales en Educatio Servanda y conformar el sí, el cómo, y el cuándo, a esta nueva Misión en Valladolid, la diócesis del Corazón de Jesús.

A continuación, tal y como suele ser habitual en su modus operandi, Educatio Servanda requiere la acogida y acompañamiento del arzobispo diocesano para la asunción de esta nueva misión. Es así como el 19 de febrero de 2022, el Marques de Valderas, el entonces obispo auxiliar de Valladolid -hoy arzobispo- actuando en representación del cardenal arzobispo y el presidente de Educatio Servanda, firman en la sacristía medieval del monasterio el convenio de colaboración a partir del cual Educatio Servanda aterriza en La Santa Espina.

Breve apunte
histórico

La tradición nos recuerda que en muchas partes del Monasterio de La Santa Espina se hallaban dos versos que decían así:

“Petit, aedificat, ditat, protegit, aperit:
Santia, Bernardus per Nibardum Alfonsus, Spnea Corona, Petrus”.

El historiador Ricardo Puente apunta en su libro “El monasterio cisterciense de La Espina” que, si hacemos corresponder cada verbo de la primera línea con cada nombre de la segunda, obtenemos:

“Pide Sancha, edifica Bernardo por Nivardo, enriquece Alfonso, protege la corona de espinas, abre Pedro”, lo cual se puede interpretar como que la infanta Sancha pidió la fundación de un monasterio que San Bernardo edificó por mediación de Nivardo, fue enriquecido por el rey Alfonso y es protegido por la corona de espinas. San Pedro, el patrón de la casa, abre la puerta del cielo.

Y es que la historia del monasterio de La Santa Espina, bautizado en sus inicios como monasterio de San Pedro de La Espina, pudiera muy bien explicar 900 años de la historia de España.

Fundado en 1147 por doña Sancha, hija de la reina Urraca I de León y hermana de Alfonso El emperador, recibe del mismísimo rey de Francia, Luis El joven, una espina de la corona que Jesucristo llevó durante su pasión y muerte, y que da nombre al monasterio. Nueve siglos después, esta santa espina sigue siendo objeto de veneración en una de sus capillas.

Doña Sancha había rogado a san Bernardo que le enviara monjes para fundar un monasterio cisterciense en Valladolid, y esté le envía como abad a san Nivardo, su hermano pequeño. Con la orden cisterciense La Santa Espina vive momentos de fe, piedad y esplendor que se dejan ver en la riqueza de su arquitectura románica, gótica y renacentista.

Es en La Santa Espina donde Felipe II, “el Prudente”, hijo del emperador Carlos I, conoce a su hermano, por entonces un niño de diez años, apodado Jeromín, que pasará a la historia como Juan de Austria, vencedor de la batalla de Lepanto.

Tras siglos de bonanza económica y gloria ininterrumpida, el monasterio deberá, sin embargo, soportar momentos difíciles.

En mayo de 1708, las fuertes lluvias provocan una riada que asola buena parte de los sembrados y está a punto de anegar las bodegas y pisos bajos. Pese a lo cual, lo peor está aún por venir. En la noche del 20 al 21 de julio de 1731, un incendio arrasa todos los techos que no eran de piedra o ladrillo, y se lleva por delante la mayor parte de la biblioteca y del archivo.

Los inicios del siglo XIX no resultarán mejores para el monasterio, que es víctima del expolio de los invasores napoleónicos. Cuando los monjes, que habían sido expulsados por los franceses, vuelven en 1813 se encuentran un panorama desolador: no queda una sola oveja. Pero además han desaparecido no solo piezas artísticas y elementos mobiliarios, sino también una gran cantidad de vigas, tejas, puertas, baldosas…

Esta desastrosa situación no mejora cuando apenas una década después La Santa Espina sufre la iniquidad desamortizadora de Mendizábal. Subastado en 1821 entre 25 compradores, el edificio es adquirido en 1837 por Manuel Cantero, quien lo vende en 1865 a Ángel Álvarez, Marqués de Valderas. El edificio tras tres décadas de abandono presenta un aspecto ruinoso.

Bajo este marquesado, sin embargo, comienza una nueva y fecunda etapa para La Santa Espina. Una etapa de renacimiento que, muerto ya el marqués, encuentra en su mujer, Doña Susana de Montes y Bayon, marquesa de Valderas, su gran valedora. Ésta decide fundar una institución benéfica para huérfanos pobres a fin de educar e instruir a los mismos bajo la dirección de una congregación religiosa. Y dado que su pretensión es garantizar una educación eminentemente cristiana elige parala misión a los Hermanos de las Escuelas Cristinas, congregación fundada por Juan Bautista de La Salle, y más conocida como Hermanos de La Salle. Su llegada se produce en 1888. En honor a sus méritos, doña Susana recibe el título de condesa de La Santa Espina.

Durante las siguientes décadas, los Hermanos de La Salle cumplen con creces la misión encomendada. De los cientos de niños huérfanos acogidos en el monasterio saldrán, no solo grandes profesionales de todos los ámbitos, sino también insignes personalidades que dan buena fe lo acertada que fue la inspiración de doña Susana.

En la década de los 50 tiene lugar un nuevo punto de inflexión. Llega de la mano del ministro de Agricultura Rafael Cavestany. Gracias a la iniciativa de este ministro, la primera Escuela Agraria inaugurada en 1890, tras su fundación previa en 1886-1888 por la marquesa de Valderas, se une la primera Escuela oficial de Capacitación Agraria, dirigida a jóvenes mayores de 18 años. Es el resultado del concierto entre la Fundación de la Santa Espina, los hermanos de La Salle y el Ministerio de Agricultura; hoy con la Junta de Castilla y León. El acuerdo llevó consigo la restauración del monasterio.

La extraordinaria labor desarrollada por los Hermanos de La Salle en el monasterio de La Santa Espina durante 134 años fue glosada por Antolín Gutiérrez, antiguo alumno del monasterio, en Un rincón de Castilla, escrito en 1914 y reeditado hace unos años por la Fundación de la Santa Espina que preside el actual marqués de Valderas, Hipólito Sanchiz y Álvarez de Toledo. Y más recientemente, de forma pormenorizada, por Javier Burrieza, historiador y alumno lasaliano en su libro “La Santa espina: monasterio y escuela” (2018).

La Reliquia:
La Santa Espina

La reliquia de La Santa Espina es, sin lugar a duda, el elemento de mayor relevancia histórica de cuantos habitan el monasterio que lleva su nombre.

Dado que esta Santa Espina fue extraída de la corona de espinas que hubo de soportar Jesucristo durante aquellas horas de pasión, no es extraño que esta reliquia lleve nueve siglos siendo objeto de veneración por millones de peregrinos que se han acercado a ella en este tiempo. A día hoy, La Santa Espina se halla en una de las capillas de la iglesia del monasterio, donde puede ser admirad y venerada.

Aun cuando el debate sobre la fecha en la que la reliquia llega a España, y más concretamente al monasterio, sigue vivo entre los historiadores, nos guiamos por lo que señala la tradición a este respecto. Para ello, nos acogemos al tumbo, una suerte de diario de la comunidad, en el que se anotaban los datos de interés de la vida de la casa. Era usual que todos los monasterios contaran con este libro.

El tumbo de la Santa Espina, del que disponemos gracias a que, milagrosamente logró sobrevivir al incendio que sufriera el monasterio en 1731, recoge un escrito fechado el 20 de enero de 1147. En este escrito, doña Sancha de Raimúndez dona a Bernardo, abad de Claraval, la heredad de San Pedro de la Espina (Sancti Petri de Spina) y la de Santa María de Aborridos, para la edificación de un monasterio.

El libro explica que, habiendo sido recibida y bendecida por el Sumo Pontífice Inocencio II, doña Sancha de Raimúndez, hija y hermana de reyes, “se vino por Francia donde se vio con nuestro padre San Bernardo y le comunicó su buen propósito y deseo que tenía de edificar un monasterio de su orden en España y dotarle a su costa, para lo cual le pidió monjes que poblasen y en él sirviesen a Dios.

El santo padre Bernardo condescendió de buena gana a su ruego y petición. Para dar orden de aquello y elegir el sitio y lugar y dar traza y orden en el edificio de dicho monasterio, envía a San Nivardo, el menor de sus hermanos, en compañía de la Infanta.

Prosiguió su camino hasta París donde visitó el monasterio de San Dionisio (capilla de los reyes de Francia). La mostraron gran parte o la mitad de la corona de espinas de nuestro Señor Jesucristo, la cual había traído allí desde Constantinopla el emperador Carlo Magno.

Suplicó la Infanta al Rey de Francia (Luis VII el Joven) que por intercesión de la Reina (Doña Constanza) le hiciera merced de alguna pieza de aquella preciosa guirnalda. El rey se lo concedió y mandó desgarzar una espina de la santa corona, la cual la Infanta escogió y se la dio. Según se ve en ella es de las espinas más teñidas en la sangre de la cabeza de nuestro redentor Jesucristo que traspasaron su divino cerebro, Con todas estas reliquias y muchas más se despidió la Infanta de los Reyes de Francia, se vino muy gozosa para España y llegada a este palacio se comenzó la edificación del monasterio”.

Casi ocho siglos después de escribirse este documento, don Enrique de Almaraz, obispo de la diócesis de Palencia a la que, por aquel entonces, pertenecía el monasterio, a fin de constatar la autenticidad de La Santa Espina y “como se trata de una reliquia de tanta importancia, nos pareció lo más acertado llevar a Roma el relicario y hablar privadamente con algunos de los teólogos consultores de la Sagrada Congregación de Indulgencias y reliquias. Hecha la historia de la reliquia de la Santa Espina, nos aconsejaron que formásemos un expediente con todos los datos y noticias que pudiéramos recoger; y sobre todo que procurásemos demostrar que el relicario era el mismo”.

En respuesta a dicha petición, el obispo envió a Roma un voluminoso expediente que fue examinado por la Sagrada Congregación teniendo a la vista el relicario. Su resolución, reconociendo la autenticidad de la reliquia, la haría pública el propio Enrique de Almaraz el 15 de febrero de 1905. Reproducimos su parte final:

“[…] En cuya virtud, usando nuestro de nuestro derecho y constatándonos del culto que de tiempo inmemorial se viene tributando a la referida reliquia. Nos decretamos y ordenamos que vuelva a tributársele el culto que de antiguo daban los monjes y los fieles en aquellos tiempos y en tiempos posteriores, según lo afirman testigos de veracidad y conciencia, pudiéndose celebrar la fiesta litúrgica en la misma forma y en el mismo día que se celebraba en el Monasterio de la Santa Espina.

El señor Ecónomo actual y los que fueren Párrocos o Ecónomos de esta parroquia, cuidarán de guardar con el respeto y veneración que merece tan insigne reliquia, y la expondrán a la veneración de los fieles, y pedimos a Dios Nuestro Señor, que por su culto y devoción obtengan los fieles gracias espirituales para el alma, y temporales, si así conviniere para mayor gloria suya”.

Afirma Antolín Gutiérrez, alumno de La Salle e historiador de La Santa Espina que “los milagros hechos por la santa reliquia fueron muy celebrados en toda Castilla y muy numerosos”. Un ejemplo de los cuales:

“Cuenta Manrique en los “Anales del Císter que doña Sancha pretendió sacar del Monasterio la sagrada reliquia, y habiéndola encerrado en una arqueta con otras, puesta la arqueta en una acémila, que había de conducir, el animal se paró de repente a la salida de la puerta, no habiendo fuerza alguna que la moviera a andar, lo que efectuó al instante en medio del general asombro, tan pronto como la despojaron de la arqueta”.

“La historia de los hechos milagrosos -continúa Gutiérrez- estaba relatada cuidadosamente y con escrupulosidad en una “Memoria” que desgraciadamente consumió el incendio”. El autor se refiere al incendio de 1731.

Reyes, santos e ilustres

Reyes, santos e
ilustres

“El Monasterio de La Santa Espina fue fundado por reyes, restaurado por nobles, visitado por monarcas, privilegiado por pontífices, habitado por hombres insignes en virtud y saber”. Con estas palabras de Antolín Gutiérrez, alumno e historiador de la Santa Espina se sintetiza bien lo que fueron los primeros ochocientos años de historia del monasterio. Y es que ocho siglos dan para mucho. Ellos con sus hechos escribieron un relato que dista mucho de haber llegado al final. Por ello, y dado que la lista sería interminable, creemos que los que siguen describen bien la relevancia que La Santa Espina ha representado, representa y representará -estamos seguros de ello- en la historia de Valladolid, de Castilla y León y de la nación española.

Doña Sancha Raimúndez
“con ella empezó todo”

Nieta de Alfonso VI, conquistador de Toledo, hija de la reina de Castilla, doña Urraca y del conde Raimundo de Borgoña, sobrina del papa Calixto II, y hermana de Alfonso VII el Emperador. De vuelta de su peregrinación a Tierra Santa, doña Sancha se entrevistó con san Bernardo para exponerle su deseo de donar unas heredades en Valladolid a la Orden del Císter a fin de edificar en ellas un monasterio. El proyecto fue aprobado inmediatamente por el santo. Además de La Santa Espina, doña Sancha fue impulsora de múltiples monasterios y obras cristianas en España. Su determinación y personalidad llevaron al célebre padre Mariana a considerarla una “reina” en su Historia de España.

Luis “El Joven”,
rey de Francia

Desde que el emperador Carlomagno la trajera de Constantinopla, la Corona de Francia estaba en posesión de una mitad de la corona de espinas de Jesucristo. Luis El joven, rey de Francia, en virtud de los vínculos familiares que unían a su esposa doña Constanza con su prima doña Sancha, por intercesión de aquella, accedió a regalar a ésta una pieza de la santa corona. Ocho siglos después la santa espina que da nombre al monasterio sigue siendo objeto de veneración en una de las capillas de su iglesia.

San Nivardo
el enviado de San Bernardo

Nivardo de Fontaines era el menor de los hermanos de San Bernardo. Ingresó en la orden cisterciense una vez alcanzó la edad para ello. Su hermano mayor le envió a España encomendándole la misión de traer a nuestro país el nombre del Císter. Para ello, le confió la revisión de las obras de construcción del Monasterio de La Santa Espina. Así respondía Bernardo de Claraval a la petición de doña Sancha en el encuentro que ambos mantuvieron en Citeaux. La tradición señala que, terminadas las obras, Nivardo se convirtió en el primer abad del Monasterio.

Fray Juan de Spina
el primer abad español

En los primeros tiempos los abades cistercienses eran electivos y vitalicios. Tal y como acuerdan en señalar los historiadores la cronología de los primeros abades es difícil de concretar. Lo que sí sabemos con certeza es que el primer abad español encargado de gobernar el monasterio, Juan de Spina, fue elegido en torno al año 1172. De él se ha escrito que fue legado del papa Inocencio para solventar discordias entre el rey Alfonso de Portugal y sus hermanas doña Teresa y doña Sancha. La diligencia con la que llevó a cabo su mandato ayudó a incrementar de forma notable el patrimonio del monasterio. Asimismo, sumó para el Císter el monasterio de Valdeiglesias, que ya existía, a solicitud de los monjes de aquel, que querían pertenecer a la orden.

Alfonso X
El Sabio (1221-1284)

El que fuera uno de los grandes reyes de España, se erigió también en un buen amigo de La Santa Espina con cuyos monjes mantuvo estrecha amistad durante su reinado. Entre otros privilegios, expidió una provisión real, remitida por un juez ejecutor para que desagraviasen al Monasterio los dueños de las fincas colindantes y admitiesen los fiadores del convento, cuando los ganados entrasen en sus propiedades sin por ello apresarlos, como venían haciendo.

El trato generoso que otorgó Alfonso X no fue una excepción. A lo largo de los siglos fueron muchos los reyes que, con su magnificencia, contribuyeron al esplendor del monasterio acogiéndolo bajo su amparo. La bibliografía refiere, entre otros, a Sancho El Bravo, Fernando IV, Alfonso XI, Pedro El Cruel, Enrique I, II, III y IV, el emperador Carlos I, Felipe II, Felipe III o Felipe V.

Juan Alfonso de Alburquerque,
valido de reyes

Descendiente de la Real Casa de Portugal, Juan Alfonso de Alburquerque, conocido por su valor fue llamado por el rey castellano Alfonso XI para prestarle servicios como alférez mayor y más adelante como canciller. Cuando murió el rey y heredó la corona Pedro, que más tarde sería apodado “El Cruel”, Alburquerque ejerció el gobierno hasta la mayoría de edad de aquel, convirtiéndose entonces en su valido. Convocó las Cortes en 1352. Fue un decidido impulsor de la restauración y ensanche del monasterio, cuyas obras estaban paralizadas desde hacía cincuenta años. Conforme a su voluntad fue enterrado en La Santa Espina en 1354.

Fray Martín de Vargas,
un antes y un después para el Císter

Corría el siglo XV, la Orden de Císter había perdido el vigor y disciplina primitivos El letargo se hacía sentir también en el monasterio, relajado en exceso. Con el objetivo de atajar en España la decadencia cisterciense, este abad de La Santa Espina viajó a Roma para proponer al papa Martino V una reforma que dotara de nuevos horizontes a la vida monacal. Conseguido el respaldo del pontífice, Martín emprendió cambios que hicieron resurgir a la Orden. Entre otros, los abades, antaño vitalicios, pasarían a ser trienales. La audacia del monje de La Santa Espina arrojó importantes frutos para el monasterio -constituida en cantera de santos e ilustres- para el Císter, y también para otras órdenes que no tardarían en seguir su ejemplo.

Luis Méndez Quijada,
el confidente del emperador Carlos I

Señor de Villagarcía, Villanueva de los Caballeros y Villamayor de Campos. Era tal la confianza que el emperador tenía en d. Luis que les confió a él y a su esposa, doña Magdalena de Ulloa, la educación de su más íntimo secreto, su hijo ilegítimo. Muerto Carlos I, en 1559 Felipe II dio órdenes a Quijada para que le condujese a Jeromín, pues así se hacía llamar de niño quien pasaría a la posteridad como don Juan de Austria. La Santa Espina fue el lugar elegido para el encuentro entre los dos hermanos ante la mirada de Luis Méndez Quijada. Ese mismo año fue nombrado por Felipe II ayo de su hermano. Bajo el reinado del “Rey Prudente” D. Luis fue consejero de Estado y Guerra y presidente del Consejo de Indias.

Cuando Felipe II
conoce Jeromín

Cuando Felipe II volvió de Flandes, muerto ya su padre en Yuste, una de sus primeras disposiciones fue hacer reconocimiento público de Jeromín, su hermano “bastardo”. Al objeto de no levantar sospechas, el día anterior a la cita que había concertado en La Santa Espina con Luis Méndez Quijada, que llegaría acompañado de Jeromín, el rey ordenó a su montero preparar para el día siguiente dos o tres batidas de caza. Con este pretexto en el amanecer del día 28 de septiembre de 1559, Felipe II llegaba a La Santa Espina acompañado del duque de Alba donde, finalmente, se conocieron dos de las más ilustres personalidades de la historia de España. Lo que pudieron decirse los protagonistas de aquel encuentro lo detalló de forma novelada el padre Coloma en su obra Jeromín.

Miguel de Cervantes,
lo que no pasó de ser una disputa de jóvenes

Asegura la tradición popular que Miguel de Cervantes pasó algún tiempo de su juventud en el monasterio al lado de un tío suyo que pertenecía a la orden del Císter. Se dice que durante unos festejos que se celebraban en la villa de los Quijadas, Cervantes se encontró con Jeromín. Por circunstancias desconocida midieron sus fuerzas. Que sucediera o no poco importa. Lo relevante es que años después ambos se batirían en armas contra el ver el turco, aunque esta vez como compañeros.

Juan de Vega (1507)
un virrey en el monasterio

Hijo de Hernando de Vega, Comendador Mayor de Castilla, Juan Vega, VI señor de Grajal, fue otra de las personas que sobresalieron de cuantos rodeaban al emperador Carlos I. Fue virrey de Sicilia, embajador en Roma y presidente del Consejo del Reino. Optimizó la lucha contra los piratas creando la Nueva Milicia. La relación de esta familia con La Santa Espina fue tan estrecha que el apellido familiar da nombre a una de las capillas del monasterio, una suerte de panteón familiar. No en vano los primeros entierros de dicha capilla fueron los de sus fundadores, d. Fernando de la Vega y su esposa doña María Rodríguez de Escobar. Juan de Vega ordenó que sus restos reposaran en el monasterio.

Fray Ángel del Águila
(1632-1635)

Había sido abad de los colegios de Meirás y La Oliva. Fue el constructor de la capilla y relicario de La Santa Espina. Durante su mandato el embajador de Francia pidió al P. General Pedro de Andrade los motivos que tenía el monasterio vallisoletano para alegar que San Nivardo vino de Francia a fundar el monasterio. El general cisterciense recurrió en 1633 al p. Ángel para que diera respuesta. Así lo hizo el monje cisterciense a través de un estudio que abordaba el tema en profundidad.

Doña Sancha Raimúndez
“con ella empezó todo”

Nieta de Alfonso VI, conquistador de Toledo, hija de la reina de Castilla, doña Urraca y del conde Raimundo de Borgoña, sobrina del papa Calixto II, y hermana de Alfonso VII el Emperador. De vuelta de su peregrinación a Tierra Santa, doña Sancha se entrevistó con san Bernardo para exponerle su deseo de donar unas heredades en Valladolid a la Orden del Císter a fin de edificar en ellas un monasterio. El proyecto fue aprobado inmediatamente por el santo. Además de La Santa Espina, doña Sancha fue impulsora de múltiples monasterios y obras cristianas en España. Su determinación y personalidad llevaron al célebre padre Mariana a considerarla una “reina” en su Historia de España.

Luis “El Joven”,
rey de Francia

Desde que el emperador Carlomagno la trajera de Constantinopla, la Corona de Francia estaba en posesión de una mitad de la corona de espinas de Jesucristo. Luis El joven, rey de Francia, en virtud de los vínculos familiares que unían a su esposa doña Constanza con su prima doña Sancha, por intercesión de aquella, accedió a regalar a ésta una pieza de la santa corona. Ocho siglos después la santa espina que da nombre al monasterio sigue siendo objeto de veneración en una de las capillas de su iglesia.

San Nivardo
el enviado de San Bernardo

Nivardo de Fontaines era el menor de los hermanos de San Bernardo. Ingresó en la orden cisterciense una vez alcanzó la edad para ello. Su hermano mayor le envió a España encomendándole la misión de traer a nuestro país el nombre del Císter. Para ello, le confió la revisión de las obras de construcción del Monasterio de La Santa Espina. Así respondía Bernardo de Claraval a la petición de doña Sancha en el encuentro que ambos mantuvieron en Citeaux. La tradición señala que, terminadas las obras, Nivardo se convirtió en el primer abad del Monasterio.

Fray Juan de Spina
el primer abad español

En los primeros tiempos los abades cistercienses eran electivos y vitalicios. Tal y como acuerdan en señalar los historiadores la cronología de los primeros abades es difícil de concretar. Lo que sí sabemos con certeza es que el primer abad español encargado de gobernar el monasterio, Juan de Spina, fue elegido en torno al año 1172. De él se ha escrito que fue legado del papa Inocencio para solventar discordias entre el rey Alfonso de Portugal y sus hermanas doña Teresa y doña Sancha. La diligencia con la que llevó a cabo su mandato ayudó a incrementar de forma notable el patrimonio del monasterio. Asimismo, sumó para el Císter el monasterio de Valdeiglesias, que ya existía, a solicitud de los monjes de aquel, que querían pertenecer a la orden.

Alfonso X
El Sabio (1221-1284)

El que fuera uno de los grandes reyes de España, se erigió también en un buen amigo de La Santa Espina con cuyos monjes mantuvo estrecha amistad durante su reinado. Entre otros privilegios, expidió una provisión real, remitida por un juez ejecutor para que desagraviasen al Monasterio los dueños de las fincas colindantes y admitiesen los fiadores del convento, cuando los ganados entrasen en sus propiedades sin por ello apresarlos, como venían haciendo.

El trato generoso que otorgó Alfonso X no fue una excepción. A lo largo de los siglos fueron muchos los reyes que, con su magnificencia, contribuyeron al esplendor del monasterio acogiéndolo bajo su amparo. La bibliografía refiere, entre otros, a Sancho El Bravo, Fernando IV, Alfonso XI, Pedro El Cruel, Enrique I, II, III y IV, el emperador Carlos I, Felipe II, Felipe III o Felipe V.

Juan Alfonso de Alburquerque,
valido de reyes

Descendiente de la Real Casa de Portugal, Juan Alfonso de Alburquerque, conocido por su valor fue llamado por el rey castellano Alfonso XI para prestarle servicios como alférez mayor y más adelante como canciller. Cuando murió el rey y heredó la corona Pedro, que más tarde sería apodado “El Cruel”, Alburquerque ejerció el gobierno hasta la mayoría de edad de aquel, convirtiéndose entonces en su valido. Convocó las Cortes en 1352. Fue un decidido impulsor de la restauración y ensanche del monasterio, cuyas obras estaban paralizadas desde hacía cincuenta años. Conforme a su voluntad fue enterrado en La Santa Espina en 1354.

Fray Martín de Vargas,
un antes y un después para el Císter

Corría el siglo XV, la Orden de Císter había perdido el vigor y disciplina primitivos El letargo se hacía sentir también en el monasterio, relajado en exceso. Con el objetivo de atajar en España la decadencia cisterciense, este abad de La Santa Espina viajó a Roma para proponer al papa Martino V una reforma que dotara de nuevos horizontes a la vida monacal. Conseguido el respaldo del pontífice, Martín emprendió cambios que hicieron resurgir a la Orden. Entre otros, los abades, antaño vitalicios, pasarían a ser trienales. La audacia del monje de La Santa Espina arrojó importantes frutos para el monasterio -constituida en cantera de santos e ilustres- para el Císter, y también para otras órdenes que no tardarían en seguir su ejemplo.

Luis Méndez Quijada,
el confidente del emperador Carlos I

Señor de Villagarcía, Villanueva de los Caballeros y Villamayor de Campos. Era tal la confianza que el emperador tenía en d. Luis que les confió a él y a su esposa, doña Magdalena de Ulloa, la educación de su más íntimo secreto, su hijo ilegítimo. Muerto Carlos I, en 1559 Felipe II dio órdenes a Quijada para que le condujese a Jeromín, pues así se hacía llamar de niño quien pasaría a la posteridad como don Juan de Austria. La Santa Espina fue el lugar elegido para el encuentro entre los dos hermanos ante la mirada de Luis Méndez Quijada. Ese mismo año fue nombrado por Felipe II ayo de su hermano. Bajo el reinado del “Rey Prudente” D. Luis fue consejero de Estado y Guerra y presidente del Consejo de Indias.

Cuando Felipe II
conoce Jeromín

Cuando Felipe II volvió de Flandes, muerto ya su padre en Yuste, una de sus primeras disposiciones fue hacer reconocimiento público de Jeromín, su hermano “bastardo”. Al objeto de no levantar sospechas, el día anterior a la cita que había concertado en La Santa Espina con Luis Méndez Quijada, que llegaría acompañado de Jeromín, el rey ordenó a su montero preparar para el día siguiente dos o tres batidas de caza. Con este pretexto en el amanecer del día 28 de septiembre de 1559, Felipe II llegaba a La Santa Espina acompañado del duque de Alba donde, finalmente, se conocieron dos de las más ilustres personalidades de la historia de España. Lo que pudieron decirse los protagonistas de aquel encuentro lo detalló de forma novelada el padre Coloma en su obra Jeromín.

Miguel de Cervantes,
lo que no pasó de ser una disputa de jóvenes

Asegura la tradición popular que Miguel de Cervantes pasó algún tiempo de su juventud en el monasterio al lado de un tío suyo que pertenecía a la orden del Císter. Se dice que durante unos festejos que se celebraban en la villa de los Quijadas, Cervantes se encontró con Jeromín. Por circunstancias desconocida midieron sus fuerzas. Que sucediera o no poco importa. Lo relevante es que años después ambos se batirían en armas contra el ver el turco, aunque esta vez como compañeros.

Juan de Vega (1507)
un virrey en el monasterio

Hijo de Hernando de Vega, Comendador Mayor de Castilla, Juan Vega, VI señor de Grajal, fue otra de las personas que sobresalieron de cuantos rodeaban al emperador Carlos I. Fue virrey de Sicilia, embajador en Roma y presidente del Consejo del Reino. Optimizó la lucha contra los piratas creando la Nueva Milicia. La relación de esta familia con La Santa Espina fue tan estrecha que el apellido familiar da nombre a una de las capillas del monasterio, una suerte de panteón familiar. No en vano los primeros entierros de dicha capilla fueron los de sus fundadores, d. Fernando de la Vega y su esposa doña María Rodríguez de Escobar. Juan de Vega ordenó que sus restos reposaran en el monasterio.

Fray Ángel del Águila
(1632-1635)

Había sido abad de los colegios de Meirás y La Oliva. Fue el constructor de la capilla y relicario de La Santa Espina. Durante su mandato el embajador de Francia pidió al P. General Pedro de Andrade los motivos que tenía el monasterio vallisoletano para alegar que San Nivardo vino de Francia a fundar el monasterio. El general cisterciense recurrió en 1633 al p. Ángel para que diera respuesta. Así lo hizo el monje cisterciense a través de un estudio que abordaba el tema en profundidad.

El siglo XIX no fue bueno para La Santa Espina. La destrucción y el expolio al que lo sometieron los invasores franceses, la no menos dañina desamortización de Mendizábal con su consecuente expulsión de los monjes de una casa que habían habitado durante siete siglos, dejaron al monasterio sumido en un estado de dejadez y abandono que parecían abocarlo a una muerte lenta e inapelable. Gracias a Dios no fue así. La determinación, el esfuerzo y la piedad de un matrimonio no solo lograrían rescatar a La Santa Espina de su postración, sino que le ofrecían la oportunidad de participar, de nuevo, en los acontecimientos que estaban por venir. El siglo XX llamaba a sus puertas, y La Santa Espina las abría con un proyecto que dejaría honda huella en el pueblo castellano, pero ante todo en los corazones de los más desfavorecidos. Estos fueron algunos de sus protagonistas.

Ángel-Juan Álvarez, I Marqués de Valderas,
al rescate de La Santa Espina

Cuando en 1865 d. Juan Álvarez decidió adquirir la propiedad de La Santa Espina, recuperaba un monasterio en ruinas. La desamortización de Mendizábal poco o nada había ayudado al pueblo al que decía servir. Sí sirvió, en cambio, para enriquecer aún más a los ya de por sí ricos. Abogado, secretario particular de la reina Isabel II, diputado a Cortes y senador, el marqués de Valderas destacó por su espíritu conciliador en tiempos convulsos, razón por la cual se le otorgó la Cruz de San Fernando. Como magistrado de la Audiencia Territorial de Valladolid favoreció a centros de beneficencia y asistencia social. Fue caballero de la Orden de Carlos III y de la Soberana Orden Militar de Malta, y creado marqués de Valderas por la reina Isabel II.

Susana Montes,
la condesa de La Santa Espina

Esposa del marqués de Valderas, Susana Montes decide fundar una institución benéfica dedicada a los huérfanos pobres en La Santa Espina. La obra se concibió como una oportunidad de regeneración de Tierra de Campos a través de la formación de futuros agricultores. El objetivo consistió en contribuir a instruir por medio de la primera enseñanza pública gratuita, con alimento y vestidos para los niños pobres, singularmente huérfanos, y luego con adultos adquirieran conocimientos agrícolas y ganaderos avanzados. Para llevar a cabo esta importante misión recaba la ayuda de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, orden religiosa educativa fundada en Francia Juan Bautista de La Salle y que había llegado a España en 1878. La ceremonia de apertura se celebró el 8 de diciembre de 1888, festividad de La Inmaculada, patrona de los Hermanos. La labor de doña Susana en La Santa Espina fue reconocida públicamente cuando el rey Alfonso III le concedió a propuesta del Consejo de Ministros el título de condesa de La Santa Espina. Una larga enfermedad en sus últimos años le impidió contemplar directamente su obra.

Cipriano Rivas,
el punto de apoyo de doña Susana

Fue el abogado testamentario del marqués. A su actividad profesional como hombre de leyes, unía su servicio a la Corte del Rey, y el conocimiento agrícola que le otorgaba su casa de labranza en Villabal de Alcor. De sus manos salieron los documentos esenciales para dar salida al proyecto. También fue fundamental a la hora de “aterrizar”, dar forma y desarrollar el pensamiento de doña Susana. En definitiva, se erigió en el punto de apoyo que ésta precisaba para hacer realidad su deseo de ayudar a los más vulnerables. Habida cuenta el deficiente estado en el que se hallaba el monasterio tras décadas de abandono, d. Cipriano se vio obligado a superar importantes obstáculos, los cuales, no obstante, pudo llevar a término con éxito. La escuela permitió la formación de agricultores y ganaderos formados, pero además moldeados por una educación sólidamente cristiana. Pues lo que siempre tuvo claro este hombre de noble firmeza es que en La Santa Espina “hay que hacer algo que llame la atención de Castilla”.

Hermanos de las
Escuelas Cristianas

Desde que doña Susana Montes depositara su confianza en ellos para poner en marcha el proyecto, los Hermanos de las Escuelas Cristianas, popularmente conocidos como Hermanos de La Salle, se constituyeron en el motor que, durante los últimos 134 años han contribuido al progreso de los miles de jóvenes que han pasado por sus aulas, y al prestigio de La Santa Espina como institución educativa y formativa. Fieles a su carisma, la vida en el monasterio de los maestros lasalianos ha sido -tal y como afirma el historiador Javier Burrieza- ·callada, modesta y sencilla”. Muchos de ellos han alcanzado la vejez entre los claustros del monasterio, y los hay -también muchos- que han sido distinguidos por la sociedad civil, alcanzando en el seno de esta extraordinario una sólida reputación en atención a sus logros. De lo que no hay duda es que todos ellos, sin excepción, tuvieron claro que su mayor premio residía en el recuerdo de sus alumnos: “no esperéis otra recompensa”. Con Alberto García, Jose María Abecia, Jesús Puente y Jaime Blando, los últimos lasalianos de La Santa Espina, se cerraba un capítulo extraordinario e inolvidable de vocación y servicio al prójimo que el pueblo de Valladolid, al que tanto dieron, jamás olvidará.

Beato Hermano Juan Pablo,
de alumno de La Santa Espina a mártir

Gregorio Fernández legó a La Santa Espina en 1911, con tan solo siete años. Su madre, Isidora, viuda y con otro hijo de tres años carecía de recursos. Cuando supo que el monasterio acogía a niños huérfanos y pobres, cursó la solicitud. Permaneció en La Santa Espina hasta que, a los 18 años entró en el noviciado menor de Bujedo. Aunque cumplió sus votos en 1922, Gregorio ya ejercía desde años antes como maestro en diferentes casas lasalianas. Convertido ya en el Hermano Juan Pablo, su última comunidad fue la del Asilo de Huérfanos del Sagrado Corazón, en Madrid. Corría el año 1936 cuando, días antes del 18 de julio, viajó a Valladolid para visitar a su madre enferma. Una vez allí, la razón y los consejos le sugerían no volver a Madrid. Pero Gregorio no hizo caso. El 21 de julio era detenido por las fuerzas republicanas. Durante su tiempo en prisión enseñó matemáticas y lengua a sus carceleros. El 28 de noviembre Gregorio era trasladado junto a otros Hermanos en un grupo de doscientas personas a Paracuellos del Jarama, donde fueron fusilados. El Hermano San Pablo no fue el único mártir que

Beato Hermano Agustín María,
otro mártir

Hubo también profesores de La Santa Espina a los que su condición de religiosos les llevó al martirio. Uno de estos casos -así lo recoge Javier Burrieza- fue el del Hermano Agustín María que, después de ser profesor en La Santa Espina, años después llegaría a ser director de la Procuraduría en Madrid, comunidad dedicada a proveer a los religiosos de todo cuanto necesitaran, por ejemplo, los libros de texto.

Hermano Justo Félix,
abriendo brecha

Nacido en Zamora en 1873, conoció a los Hermanos de La Salle durante su estancia en la Escuela Agrícola de La Santa Espina. Aunque su vocación no fue inmediata, pues pensó en ser militar, entró en el Instituto Lasaliano en 1891. Tras superar el proceso de aprobación pasó a llamarse Hermano Justo Félix. En 1913 fue llamado a participar en el Capítulo General de su congregación. Se trataba del primer Hermano de La Salle español que, desde la fundación de la Orden, asistía a esta asamblea, de clara hegemonía francesa. Desde entonces no dejó de perseguir la democratización del Instituto en favor de las muchas nacionalidades de los Hermanos. Aunque en aquel momento, sería tomado como signo de contradicción, sus postura abriría la brecha que más adelante permitió que los españoles fueran adquiriendo mayor peso en los órganos de gobierno de los Hermanos de las Escuelas Cristianas.

Hermano Rogelio,
Medalla del Trabajo

Silvano Busto o, ya dentro de la Orden lasaliana, Hermano Rogelio, nacía en 1874. De vocación temprana, tras ocupar diversos cargos de relevancia en distintas comunidades lasalianas, llegó a La Santa Espina en 1925. Entre otros muchos trabajos al servicio de las construcciones, había entregado los planos para la edificación del colegio vallisoletano de Lourdes. En 1931 se encargó de la dirección del monasterio, puesto que ocupó durante dos años. Amigo del general Varela, antiguo alumno suyo, asistió de cerca a muchos de los acontecimientos de la guerra civil. Al final de sus días, cuando se hallaba ya retirado, el Ministro le entregó la Medalla del Trabajo. Cuando recibió el galardón sus palabras fueron: “Me la pones a mí, pero es de todos los Hermanos”.

Rafael Cavestany,
un visionario al servicio del mundo rural

En los años cincuenta el estado del monasterio exigía una profunda reconstrucción y reparación del monasterio, que habría de corresponder al Ministerio de Agricultura, a pesar de que el edificio estaba considerado Monumento Nacional desde 1931. El ministro del ramo, Rafael Cavestany, conocía bien La Santa Espina, así como las enseñanzas agrarias de los Hermanos, ya que era propietario de una finca colindante. La personalidad de Cavestany era innovadora y visionaria; soñaba con transformar al agricultor en un empresario agrario. De formación ingeniero agrónomo, había colaborado con el Servicio de Reforma Agraria y el Instituto Nacional de Investigaciones Agronómicas. El ministro sabía, pues, lo que hacía cuando empezó a pergeñar la idea de restaurar el claustro a fin de ubicar en él una Escuela de Capacitación Agraria para Jefes de Explotación, Ganaderos y Mecánicos. Cuando existe voluntad y determinación no hay obstáculo que impida conseguir el objetivo. Así pues, a la primera Escuela Agraria inaugurada décadas antes por la marquesa de Valderas, se unía la primera Escuela oficial de Capacitación Agraria dirigida a jóvenes mayores de edad. Se iniciaba una nueva etapa. De nuevo, el Monasterio de La Santa Espina se reintentaba y tomaba impulso para ofrecer respuesta a un futuro tan exigente como apasionante.

Ángel-Juan Álvarez, I Marqués de Valderas,
al rescate de La Santa Espina

Cuando en 1865 d. Juan Álvarez decidió adquirir la propiedad de La Santa Espina, recuperaba un monasterio en ruinas. La desamortización de Mendizábal poco o nada había ayudado al pueblo al que decía servir. Sí sirvió, en cambio, para enriquecer aún más a los ya de por sí ricos. Abogado, secretario particular de la reina Isabel II, diputado a Cortes y senador, el marqués de Valderas destacó por su espíritu conciliador en tiempos convulsos, razón por la cual se le otorgó la Cruz de San Fernando. Como magistrado de la Audiencia Territorial de Valladolid favoreció a centros de beneficencia y asistencia social. Fue caballero de la Orden de Carlos III y de la Soberana Orden Militar de Malta, y creado marqués de Valderas por la reina Isabel II.

Susana Montes,
la condesa de La Santa Espina

Esposa del marqués de Valderas, Susana Montes decide fundar una institución benéfica dedicada a los huérfanos pobres en La Santa Espina. La obra se concibió como una oportunidad de regeneración de Tierra de Campos a través de la formación de futuros agricultores. El objetivo consistió en contribuir a instruir por medio de la primera enseñanza pública gratuita, con alimento y vestidos para los niños pobres, singularmente huérfanos, y luego con adultos adquirieran conocimientos agrícolas y ganaderos avanzados. Para llevar a cabo esta importante misión recaba la ayuda de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, orden religiosa educativa fundada en Francia Juan Bautista de La Salle y que había llegado a España en 1878. La ceremonia de apertura se celebró el 8 de diciembre de 1888, festividad de La Inmaculada, patrona de los Hermanos. La labor de doña Susana en La Santa Espina fue reconocida públicamente cuando el rey Alfonso III le concedió a propuesta del Consejo de Ministros el título de condesa de La Santa Espina. Una larga enfermedad en sus últimos años le impidió contemplar directamente su obra.

Cipriano Rivas,
el punto de apoyo de doña Susana

Fue el abogado testamentario del marqués. A su actividad profesional como hombre de leyes, unía su servicio a la Corte del Rey, y el conocimiento agrícola que le otorgaba su casa de labranza en Villabal de Alcor. De sus manos salieron los documentos esenciales para dar salida al proyecto. También fue fundamental a la hora de “aterrizar”, dar forma y desarrollar el pensamiento de doña Susana. En definitiva, se erigió en el punto de apoyo que ésta precisaba para hacer realidad su deseo de ayudar a los más vulnerables. Habida cuenta el deficiente estado en el que se hallaba el monasterio tras décadas de abandono, d. Cipriano se vio obligado a superar importantes obstáculos, los cuales, no obstante, pudo llevar a término con éxito. La escuela permitió la formación de agricultores y ganaderos formados, pero además moldeados por una educación sólidamente cristiana. Pues lo que siempre tuvo claro este hombre de noble firmeza es que en La Santa Espina “hay que hacer algo que llame la atención de Castilla”.

Hermanos de las
Escuelas Cristianas

Desde que doña Susana Montes depositara su confianza en ellos para poner en marcha el proyecto, los Hermanos de las Escuelas Cristianas, popularmente conocidos como Hermanos de La Salle, se constituyeron en el motor que, durante los últimos 134 años han contribuido al progreso de los miles de jóvenes que han pasado por sus aulas, y al prestigio de La Santa Espina como institución educativa y formativa. Fieles a su carisma, la vida en el monasterio de los maestros lasalianos ha sido -tal y como afirma el historiador Javier Burrieza- ·callada, modesta y sencilla”. Muchos de ellos han alcanzado la vejez entre los claustros del monasterio, y los hay -también muchos- que han sido distinguidos por la sociedad civil, alcanzando en el seno de esta extraordinario una sólida reputación en atención a sus logros. De lo que no hay duda es que todos ellos, sin excepción, tuvieron claro que su mayor premio residía en el recuerdo de sus alumnos: “no esperéis otra recompensa”. Con Alberto García, Jose María Abecia, Jesús Puente y Jaime Blando, los últimos lasalianos de La Santa Espina, se cerraba un capítulo extraordinario e inolvidable de vocación y servicio al prójimo que el pueblo de Valladolid, al que tanto dieron, jamás olvidará.

Beato Hermano Juan Pablo,
de alumno de La Santa Espina a mártir

Gregorio Fernández legó a La Santa Espina en 1911, con tan solo siete años. Su madre, Isidora, viuda y con otro hijo de tres años carecía de recursos. Cuando supo que el monasterio acogía a niños huérfanos y pobres, cursó la solicitud. Permaneció en La Santa Espina hasta que, a los 18 años entró en el noviciado menor de Bujedo. Aunque cumplió sus votos en 1922, Gregorio ya ejercía desde años antes como maestro en diferentes casas lasalianas. Convertido ya en el Hermano Juan Pablo, su última comunidad fue la del Asilo de Huérfanos del Sagrado Corazón, en Madrid. Corría el año 1936 cuando, días antes del 18 de julio, viajó a Valladolid para visitar a su madre enferma. Una vez allí, la razón y los consejos le sugerían no volver a Madrid. Pero Gregorio no hizo caso. El 21 de julio era detenido por las fuerzas republicanas. Durante su tiempo en prisión enseñó matemáticas y lengua a sus carceleros. El 28 de noviembre Gregorio era trasladado junto a otros Hermanos en un grupo de doscientas personas a Paracuellos del Jarama, donde fueron fusilados. El Hermano San Pablo no fue el único mártir que

Beato Hermano Agustín María,
otro mártir

Hubo también profesores de La Santa Espina a los que su condición de religiosos les llevó al martirio. Uno de estos casos -así lo recoge Javier Burrieza- fue el del Hermano Agustín María que, después de ser profesor en La Santa Espina, años después llegaría a ser director de la Procuraduría en Madrid, comunidad dedicada a proveer a los religiosos de todo cuanto necesitaran, por ejemplo, los libros de texto.

Hermano Justo Félix,
abriendo brecha

Nacido en Zamora en 1873, conoció a los Hermanos de La Salle durante su estancia en la Escuela Agrícola de La Santa Espina. Aunque su vocación no fue inmediata, pues pensó en ser militar, entró en el Instituto Lasaliano en 1891. Tras superar el proceso de aprobación pasó a llamarse Hermano Justo Félix. En 1913 fue llamado a participar en el Capítulo General de su congregación. Se trataba del primer Hermano de La Salle español que, desde la fundación de la Orden, asistía a esta asamblea, de clara hegemonía francesa. Desde entonces no dejó de perseguir la democratización del Instituto en favor de las muchas nacionalidades de los Hermanos. Aunque en aquel momento, sería tomado como signo de contradicción, sus postura abriría la brecha que más adelante permitió que los españoles fueran adquiriendo mayor peso en los órganos de gobierno de los Hermanos de las Escuelas Cristianas.

Hermano Rogelio,
Medalla del Trabajo

Silvano Busto o, ya dentro de la Orden lasaliana, Hermano Rogelio, nacía en 1874. De vocación temprana, tras ocupar diversos cargos de relevancia en distintas comunidades lasalianas, llegó a La Santa Espina en 1925. Entre otros muchos trabajos al servicio de las construcciones, había entregado los planos para la edificación del colegio vallisoletano de Lourdes. En 1931 se encargó de la dirección del monasterio, puesto que ocupó durante dos años. Amigo del general Varela, antiguo alumno suyo, asistió de cerca a muchos de los acontecimientos de la guerra civil. Al final de sus días, cuando se hallaba ya retirado, el Ministro le entregó la Medalla del Trabajo. Cuando recibió el galardón sus palabras fueron: “Me la pones a mí, pero es de todos los Hermanos”.

Rafael Cavestany,
un visionario al servicio del mundo rural

En los años cincuenta el estado del monasterio exigía una profunda reconstrucción y reparación del monasterio, que habría de corresponder al Ministerio de Agricultura, a pesar de que el edificio estaba considerado Monumento Nacional desde 1931. El ministro del ramo, Rafael Cavestany, conocía bien La Santa Espina, así como las enseñanzas agrarias de los Hermanos, ya que era propietario de una finca colindante. La personalidad de Cavestany era innovadora y visionaria; soñaba con transformar al agricultor en un empresario agrario. De formación ingeniero agrónomo, había colaborado con el Servicio de Reforma Agraria y el Instituto Nacional de Investigaciones Agronómicas. El ministro sabía, pues, lo que hacía cuando empezó a pergeñar la idea de restaurar el claustro a fin de ubicar en él una Escuela de Capacitación Agraria para Jefes de Explotación, Ganaderos y Mecánicos. Cuando existe voluntad y determinación no hay obstáculo que impida conseguir el objetivo. Así pues, a la primera Escuela Agraria inaugurada décadas antes por la marquesa de Valderas, se unía la primera Escuela oficial de Capacitación Agraria dirigida a jóvenes mayores de edad. Se iniciaba una nueva etapa. De nuevo, el Monasterio de La Santa Espina se reintentaba y tomaba impulso para ofrecer respuesta a un futuro tan exigente como apasionante.

La ruta
Delibes

“Mis primeras cazatas en el encinar de La Santa Espina, cuando el hermano Eugenio, con la sotana arremangada y sin el babero, tiraba a los conejos a sobaquillo…”

La cita, tomada de “El último coto”, libro en el que Miguel Delibes recoge la crónica de algunas de sus aventuras cinegéticas al aire libre, la podemos ver en el tótem de piedra, sito frente a la entrada principal del Monasterio.

Delibes, el más importante escritor vallisoletano del siglo XX, no dudó en destacar en su obra literaria su pasión por el campo. Tampoco perdió ocasión de recorrer los cotos, montes y páramos de su amada Tierra de Campos, entre ellos los montes que circundan con La Santa Espina, donde solía cazar acompañado de su cuadrilla.

El tótem referido nos recuerda que el Monasterio se encuentra en una de las seis Rutas Delibes que desde 2018 nos ofrecen, desde un prisma diferente, un conocimiento profundo de los paisajes y rincones campestres vallisoletanos, enriquecidos con la obra del gran maestro como hilo conductor. El proyecto tiene su origen en la Diputación de Valladolid.

La Santa Espina forma parte de la quinta Ruta Delibes. Si cada una de ellas toma como referencia un libro de su autoría, ésta quinta ruta parte de “Aventuras y desventuras de un cazador a rabo” (1977). Un diario que, narrado en primera persona, recoge las vivencias de Miguel Delibes en sus batidas de caza entre los años 1971 y 1974.